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Esta historia transcurre durante la época del franquismo, dónde miles de niños se quedaban sin padres porque estos eran detenidos por las autoridades, al igual que otros, como fue el caso de nuestro protagonista que perdió a su madre al año y medio de nacer, y se quedó a cargo de un padre carente de afecto, el cual planeó la manera más alevosa de deshacerse de él, dejándolo en un orfanato.
En este documento se narra la vida de aquellos menores que tuvieron que vivir obligatoriamente en colegios de curas (salesianos en este caso) y que, de una forma humillante, fueron vejados y maltratados. No todos los alumnos eran huérfanos, pues también los había internos que disponían de familiares, por quienes eran visitados los fines de semana, y se veían beneficiados con obsequios que recibían de ellos.
El protagonista de la historia nos habla, en especial, del dormitorio donde él estuvo destinado, el cual llevaba por nombre Ceferino Namuncurá (un joven Salesiano argentino, de origen mapuche, aspirante al sacerdocio, que falleciera en Italia a los dieciocho años de edad, debido a la tuberculosis). No era este un pabellón cualquiera, sino el aposento de los más alumnos más despreciados del colegio (los meones) sí, los que sufrían enuresis y que, por esa misma causa, les impartían castigos no imaginados por los niños de los demás dormitorios, ni por los mismos padres del resto del alumnado.
Nos cuenta, ciertas noches que permanecía en vela, que observaba cómo se acercaba sigilosamente un sacerdote a la cama de algún niño, lo despertaba y se lo llevaba consigo a su alcoba, y cómo ese niño volvía llorando, posteriormente, con un gimoteo continuo, que le impedía dormir, pensando en qué podría haber pasado en esos momentos en que estuvieron juntos el cura y el alumno.
También nos habla del trágico despertar que tenían, cuando al son de las palmas del sacerdote de turno, abrían los ojos y se daban cuenta que se habían orinado en la cama, y de cómo ese espantoso sujeto comenzaba a preguntar quién había mojado el colchón y quién no, para recibir en ese momento su merecido castigo Claro que, muchos, aterrados ante lo que les esperaba, negaban el hecho, aunque eso no hacía más que aplazar el sufrimiento hasta la noche, donde recibían, de manos de otro sacerdote, otro premio distinto por omitir confesar haberse meado en la cama.
En fin, también nos refiere de alumnos que eran vendidos por los sacerdotes para trabajar gratis en los campos, y de la miseria y la mala vida que les causaba el convivir con la gente que los compraba. También nos narra algunos buenos momentos (que no tantos), vividos en el colegio y, de cómo a determinada edad, los curas comenzaron a respetarlos un poco más pues, al llegar a ser mayorcitos, estos se amotinaban, llegando a agredir al sacerdote entre varios alumnos.
Esta es una historia dolorosa y desgarradora, aunque no por ello deja de ser real, y que conmoverá a quien la lea, hasta inducirle a las lágrimas.
Espero, no que disfruten con su lectura, porque no es para disfrutarla, pero al menos que lleguen a conocer la realidad que se vivió en el seno del colegio de San Fernando de la localidad de Fuencarral, mientras estuvieron al mando los señores Salesianos, encargados de la seguridad y educación de unos niños restringidos de cariño, y del verdadero camino del crecimiento espiritual de quienes se encontraban a su cuidado.
Nací un dos de febrero del año 1949, en la provincia de Badajoz. Siendo todavía un niño, mi padre me sacó de casa para enviarme a un lugar desconocido y, a partir de ahí, comencé mi andadura por el mundo, una odisea que no sería envidiada por nadie.
Ejercí unos estudios de lo más normal, sin excederme en ellos, en el colegio San Fernando, sito en la localidad de Fuencarral, Madrid, donde se originó, en el interior y exterior de mi persona toda una clase de amargas vicisitudes. Mis estudios, como digo, fueron de lo más sencillo, puesto que tampoco se me permitió acabarlos a causa de ciertas obligaciones que me impusieron los Salesianos con los que tristemente conviví.
Fue allí, precisamente, donde mis comienzos de escribidor vieron sus primeras luces. A los ocho años de edad ya redactaba alguna cosilla que jamás nadie conoció, y que guardé en algún lugar tan secreto que ni yo mismo lo recuerdo.
Posteriormente escribí dos libros que nunca se editaron porque no valían la pena, aunque eso sí, los guardo como recuerdo.
Mis platos fuertes , en realidad, son los relatos cortos y los poemas, aunque no haya publicado nada sobre ello.
Este es el segundo libro serio que escribo. El primero quedó en las sombras , por causas que me inculpan a mí como presunto culpable y debido a mi ignorancia sobre el conocimiento que ejercen ciertas editoriales, pero en fin, cualquier día lo publicaré.
Tan solo he ganado un primer premio por un poema que presenté, y por el cual me obsequiaron con una caja de bombones y cincuenta euros.
Solo espero que, a partir de hoy, el lector comience a valorarme de una forma positiva.
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